Los hermanos Moreno Bernabéu

sábado, 27 de marzo de 2010

"Toda una vida", de Antonio Machín



Mi abuelo materno se llamaba Antonio. Antonio Moreno Bernabéu. Apenas coincidimos en este mundo porque se fue precipitadamente cuando yo apenas tenía tres años. Si he de ser sincero, debo reconocer que no tengo recuerdos concretos de él. No recuerdo ningún juego, ningún paseo, ninguna anécdota compartida. Pero sí me acuerdo de él. En lo más recóndito de mi subconsciente aún reconozco su voz, sus abrazos, su sonrisa.

Con el tiempo, lo he conocido mejor. Desde pequeño, tanto mi madre como mis tíos y tías siempre me han dicho que hay mucho de él en mí. Reconocen en mí su forma de andar, muchos gestos, como el vicio inocente de llevar las manos en los bolsillos del pantalón. Reconocen en mí su carácter. Me dicen que era igual de cabezota que yo, que era cariñoso, que le gustaba disfrutar de la vida.

Sé que mi abuelo era una persona muy familiar. La enfermedad se llevó al amor de su vida, mi abuela Manuela, muy temprano. Luchó mucho para sacar a sus cuatro hijos adelante. Trabajó y viajó demasiado pero disfrutaba como un niño pequeño cada momento que podía estar con los suyos.

Pero hoy no quiero hablar solo de él. También quiero recordar a dos de sus hermanos: Juan y Ana. Juan Moreno Bernabéu se vio forzado siendo bien jóven a dejar su casa, sus padres y hermanos y emigrar al Uruguay para buscar oportunidades, trabajo y una buena vida. En muchas familias españolas hay un tío que se marchó a vivir la aventura americana y mi tío Juan fue un triunfador. Consiguió un trabajo, formó una familia y prosperó mucho. Sin embargo, muy pocas veces pudo reencontrarse con sus hermanos. No obstante, sospecho que don Juan Moreno (nombre por el que todavía se le recuerda en la localidad de Mercedes), llevó y transmitió ese espíritu familiar a los suyos, al igual que su hermano lo hizo al otro lado del Océano.

Esto lo digo porque he tenido la tremenda suerte de conocer y recibir diferentes visitas de sus hijos, Zagal y Mima, los primos uruguayos de mi madre. Al lado de ellos, uno redescubre lo que es la familia. Pese a los miles de kilómetros y los años sin vernos, me deja alucinado el cariño que tienen a sus parientes aquí en España y al pueblo de origen de su padre, Úbeda. En estas esporádicas visitas, uno se queda mirando embobado la cara de felicidad de Mima paseando por las viejas plazas de "su" pueblo, maravillado viendo a Zagal abrazar y besar a sus primas como si siempre se hubieran tratado a menudo. Son hijos de Moreno. En ellos también reconozco a mi abuelo. Sobre todo en Zagal. La forma de su cara, su nariz pequeña y redonda, el vello de sus brazos.

Sin embargo, mi tía Ana siempre vivió en Úbeda. La conocí mejor que a sus hermanos. Ella fue quien me contó todas las historias de la familia. De cómo y por qué su hermano Juan se tuvo que ir a Uruguay, del nombre de todos los tíos y primos que allí tenía. Mi tía Ana era una persona tan entrañable y tan cariñosa. Jamás la vi tener un mal gesto, una mala palabra. Cuando su sobrina Mima y su marido venían a visitarnos siempre organizaba una cena en su casa, en esos años en que yo, mi hermano y mis primos éramos unos niños alegres y revoltosos que no paraban de jugar y correr por el patio, y todavía hoy recuerdo su cara de felicidad por reunirnos a todos.

Mi tía Ana dijo muchas veces antes de morir que lo más emocionante que hubo vivido fue aquella vez que pudo ir a Uruguay con motivo de asistir a la boda de uno de sus sobrinos-nietos. Yo no estuve allí, pero puedo imaginarla muy vivamente. Me imagino los nervios con los que tuvo que afrontar aquel viaje en avión para descubrir alucinada la ciudad donde tantos años vivió su hermano. El deleite con el que pisaba la tierra y la casa donde vivió. La alegría con la que compartió aquella tarde de boda con toda la gente que su hermano más amó.

Hoy, ninguno de ellos está con nosotros. Pero todos siguen estando en nosotros. Sin ellos, sin la constancia de no olvidarse, sin su lealtad de sangre, sin su empeño de quererse en la distancia, no seríamos quienes somos. Y gracias a Dios, somos una familia que se acuerda de vez en cuando que una parte de los suyos se encuentra al otro lado del Océano Atlántico, que se añoran y que se reconocen los unos en los otros. Me gustaría poder escribir esto mismo dentro de 30 años. Entre otros, depende de mí. Es difícil, pero soy un Moreno.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir esta bella historia familiar.
Has reflejado algunos sentimientos que siento. Mis abuelos eran húngaros y tengo una numerosa familia, allí en Europa, con los cuales compartimos mucho afecto y cariño a pesar de la distancia.
Me has hecho emocionar! Por otro lado, conozco casi todo Uruguay (soy argentina), es un país precioso :) a mi me encanta Montevideo, de hecho tengo en mente mudarme allí.
Un beso o 2!

Anónimo dijo...

Hemos leído con emoción tu relato, que nos toca de cerca. ojalá la familia pueda mantener este vínculo con os años. Ojalá podamos recibirlos a Uds como uds lo hicieron con nosotros. Las puertas de nuestros corazones y nuestras casas estarán abiertas siempre. Hoy estamos reunidos en el almuerzo de pascua esperndo ansiosos el regreso de mima, su sobrina y sus nietas.
Un abrazo grande,

Zagalo, Lucy, Gonzalo y Liliana

Sergio Alises Moreno dijo...

Vosotros merecéis este reconocimiento por nuestra parte y muchos más. Un abrazo enorme, ya desde Sevilla.

Creo que las "chicas" disfrutaron de su estancia en Úbeda.

Un abrazo