El niño de pieda y el hombre de agua

jueves, 16 de abril de 2009

"Mirando al mar", de Jorge Sepúlveda



Desde mi ventana veo el mar. En estas fechas en las que los cotidianos ruidos de exigencias, presiones y teléfonos cesan aún sin ser de noche, algunas veces me detengo a ver atardecer contemplando el profundo azul de sus aguas mediterráneas. A lo lejos, una nube de gaviotas descarga una tormenta de picotazos sobre un pequeño pesquero que regresa al puerto de la Carihuela y un intenso olor a yodo y sal perfuma de tal manera el aire, que involuntariamente lo inspiro profunda y ansiosamente, como si instantes antes una invisible soga hubiera estado a punto de asfixiarme.

Mientras observo, rememoro sin querer otras orillas más deseadas, y el murmullo de las olas me devuelve a los veranos en la Barrosa, en los que jugando como un niño aprendí a ser el proyecto de hombre que ahora soy. Y, sentado a la orilla del mar, uno se ve obligado a pararse y reflexionar, y se asoma al mirador de su propia existencia con el temor que inflige la sospecha de no disfrutar de las vistas. En cada visita, el paisaje ha mudado su aspecto. Uno descubre como se secan las inagotables fuentes y los verdes prados de la niñez. Todo es más árido, más abrupto y más solitario y la vereda del propio destino, tan fijamente marcada años atrás, va desapareciendo entre la maleza. Decido secretamente que, hasta mi próxima visita, algo habrá que cambiar para no volver a encontrarme ante un paraje cada vez más yermo y más estéril. Cojo como siempre una concha cercana a la orilla y, una vez en casa, la dejo en un frasco de cristal en el que la guardo junto a otras, como mudos testigos de mis más solitarios pensamientos. Al día siguiente amanece, volviendo a sumergirme en la gris rutina, hasta la próxima vez.

Si me asomo a la ventana veo el mar. Pero en mis sueños más secretos me sigo asomando a la ventana de la niñez, desde la que me observa fijamente la altiva y sobria torre del Hospital de Santiago. Ese paisaje, que no me evoca el rumor de las olas ni me acerca la brisa de los oceános, pero que consigue mantenerme en mi centro de gravedad. Que humedece mis raíces atándome desde lejos a una tierra a la que tarde o temprano volveré, en la que dejé los verdaderos tesoros y a mi verdadero yo, que de alguna manera nunca se fue y continúa viendo con total claridad y certeza el camino que el destino le había marcado. Espero que cuando vuelva, sea capaz de perdonarme y contármelo pues casi no lo recuerdo.

2 comentarios:

Uvejota dijo...

Me ha gustado el Titulo de este Articulo y el Texto del mismo.
Creo que has empezado bien, y con buena edad.
¡No lo dejes!

Un abrazo.

Sergio Alises Moreno dijo...

Espero verle por aquí a menudo, pues mi intención es ir agregando una entrada semanal.

Otra cosa es lo que el día a día me permita.

Un saludo. Al parecer, somos familia.