El fantástico hombre orquesta

martes, 16 de febrero de 2010

"A un metro de distancia", de Deluxe



De vez en cuando, cada vez menos frecuentemente, uno descubre artistas totales en este complicado mundo de la música contemporánea. Existen unos pocos días en nuestra vida en los que hemos sido capaces de escuchar un larga duración de cabo a rabo, siendo atrapados desde el primer acorde hasta el último, paladeando el sonido de cada instrumento, cada tonalidad de voz, cada frase cantada.

Cuando esto nos pasa se suelen dar dos circunstancias. El artista en cuestión suele ser extranjero y solemos descubrir discos compuestos y editados hace más de una década. Sin embargo, hace un par de años largos que me encontré en el camino con un diamante pulido nacional y actual. Se llama Xoel López y es más conocido artísticamente como Deluxe.

Además es un artista total, ya que todas y cada una de sus composiciones ha sido interpretada en su totalidad por él mismo, desde la voz hasta la grandiosa variedad de instrumentos (cuerdas, vientos, metales, percusión) que perlan sus variadas y exquisitas canciones. Un verdadero genio de sensibilidad y un auténtico hombre orquesta.


Pero retomemos el hilo conductor. En concreto, el disco que me transportó a este auténtico viaje de sensaciones y colores, fue el recomendado en una de las secciones de este mismo blog: "Fin de un viaje infinito", título tan bello e inclasificable como su contenido. En él descubriremos auténticas joyas del pop más esencial, lleno de sencillez y dulzura como en El amor valiente o Rostro de actriz. Tremendos temas bailables que parecen rescatados de los ochenta como Gigante o Tendremos que esperar. Introspectivas baladas eléctricas en De tanto callar o reminiscencias de los Beatles presentes en Simone o Colillas en el suelo.

Pero mi favorita es la que encabeza este artículo: A un metro de distancia, canción con un mensaje esperanzado y abierto a la vida. Su letra es la paradoja de lo que les quería indicar al principio, pues a este Gallego universal lo tenemos justo delante, a un metro de distancia.

Espero lo disfruten tanto como merece. Buen provecho.

Mi cansado corazón se abre paso

martes, 9 de febrero de 2010

"I would walk 500 miles", de The Proclaimers




Escucha, siente,
mi cansado corazón se abre paso:
entre cumbres escarpadas,
entre sinuosos senderos,
entre la espesa maleza,
entre la gente, si hace falta.

Exaltado, todo lo aparta,
lo rompe,
lo derrumba,
lo destruye si hace falta.

Ese es el vínculo que nos une, amor.



Escucha, siente.
Nunca fueron tan hermanas
la distancia y la pasión.
Rompe tus moldes y vente,
que te arrastre la corriente
de este río caudaloso.
y que el torrente te lleve, conmigo
(¡qué importa dónde!).

Compartamos los fluidos del amor
(tan dulces y deseados
tan prohibidos y añorados,
tan compartidos y faltos…)
sin preocuparnos.
Sigamos el curso sin más
del río sin fin.
De este río que nunca sabrá
del profundo azul del mar.

De mirones y exhibicionistas

martes, 2 de febrero de 2010

"La del pirata cojo", de Joaquín Sabina.



No me resulta fácil hablar sobre Carnaval. Es la idea que me viene rondando por la cabeza desde que mi amigo Juan Antonio me encargara escribir la editorial de esta publicación tan esperada como deseada todos los años cuando llega el mes de febrero. Y no me resulta fácil hacerlo sencillamente porque esta fiesta quizá sea la menos indicada para ser relatada y la más propicia para ser vivida y experimentada hasta sus últimas consecuencias.


Por suerte llevo conociendo esta fiesta desde mi niñez gracias a mi padre José Luis. Él me disfrazaba y me llevaba de la mano para ver a las murgas cantar en el quiosco del Paseo del Mercado. Con él, cualquier anodina noche de invierno nos colábamos en la Casa de Cofradías en pleno ensayo de “César Au y sus Gustos”. Gracias a él no faltaba una verbena de Carnaval en el patio del colegio en el que estudiaba de pequeño... Y, claro está, la verdadera tradición está en lo que uno aprende de sus mayores y en este sentido he de reconocer que tuve la suerte de asumir el Carnaval como algo innato y que para un servidor nunca ha resultado traumático ponerse un disfraz o cantar en público por miedo a hacer el ridículo.

Sin embargo, no creo que nadie se moleste si digo que el ubetense medio es bastante más mojigato y temeroso para según qué cosas. Tanto el calendario festivo tradicional como la forma de ser del ciudadano en nuestro pueblo invitan a la contemplación más que a la participación. No hay nada que nos luzca más que plantarnos en una acera a ver pasar las procesiones que salpican todas y cada una de nuestras fechas festivas. No encontrarás calles abarrotadas de mirones solamente en Semana Santa, sino que se monta procesión para el traslado de cualquier Santo, para la víspera de Reyes, San Miguel, San Isidro, Cabalgata de gigantes y cabezudos... Sea por tradición, sea por falta de compromiso o por ambas cosas nos gusta que nos lo den todo hecho y, en estas circunstancias, recuperar una fiesta como el Carnaval que no es sino una expresión popular y que por tanto necesita de la participación masiva de la gente, tenía en sus inicios visos de no ser otra cosa que flor de un día.

Pero sucede que el ubetense, además de ser acomodaticio o “perrón”, también suele ser terco o “cabezón”. Por suerte la afición de unos pocos que no cejaron ni se rindieron se fue propagando y extendiendo. Y aquí entra el papel importante que tuvieron en su día las agrupaciones. Es cierto que no se conseguía que la gente se disfrazara en gran número ni se organizaban grandes eventos. Pero no es menos cierto que desde el sábado hasta el martes de Carnaval había mucho ambiente por los bares y las plazas y no poca gente que deseaba que apareciera cualquier murga o chirigota haciendo tipo y les dedicara unas coplillas. Y como el ubetense también es presumido, pronto empezó a haber competitividad o “piques” entre agrupaciones para atraer la atención del respetable que de alguna manera extendió algo más el gusanillo y consolidó el concurso de agrupaciones que desde casi el principio ha abarrotado las butacas del Teatro Ideal, del Hospital de Santiago o incluso del polideportivo Municipal.

Reconozco que mi visión sobre el tema es totalmente parcial y que cualquiera podría rebatirme todas estas cosas con argumentos contrarios y mucho más válidos. Sin ir más lejos podrían sencillamente decirme que esto del Carnaval no deja de ser una entretenta de cuatro. Que no es una tradición en nuestro pueblo y que no le pinta a personas decentes ir por ahí haciendo el loco disfrazados de mamarrachos y bebiendo tanto vino que uno pueda pensar que se están secando los lagares. Pero a mi entender a nuestro pueblo le hace mucha falta el Carnaval y nuestra gente debería ser más carnavalera. El Carnaval hace pueblos más libres, más abiertos y más solidarios, más conectados a sus acontecimientos y sucesos cotidianos. El carnavalero por su parte, no solo canta y se divierte, que ya es importante, sino que provoca la diversión. El carnavalero tiene que ser ingenioso, creativo, simpático, extrovertido, tolerante, crítico y autocrítico, reivindicativo, nada vergonzoso... En una ciudad como la nuestra que por desgracia tantas veces se ha plegado sobre sí misma, mirándose el ombligo, nos vendría bien tomarnos la vida con algo más de filosofía y abrir las ventanas de las casas para que entre el aire.

Lo que sí resulta curioso es ver como año tras año esta manera tan exhibicionista de festejar se va consolidando en la rutina del ubetense. Un claro exponente de lo que digo es el baile posterior a la cabalgata, actualmente ubicado en la carpa instalada en la plaza de toros. Ni los más optimistas y entusiastas defensores del Carnaval de nuestro pueblo hubiésemos imaginado hace bien poco disfrutar de una fiesta de disfraces tan multitudinaria y tan desenfadada. Podría decirse que nuestro Carnaval empieza a ser poderoso por detalles como este. Cada día más gente se anima a quitarse los miedos y los corsés y descubre que tras un disfraz puede vivir fantásticas aventuras y momentos inolvidables. Esto es lo que tiene de grande nuestra fiesta. En este sentido, siempre consideré una letra muy carnavalesca la canción “La del pirata cojo” de nuestro paisano Joaquín Sabina, cuando dice:

“No soy un fulano con la lagrima fácil de esos que se quejan sólo por vicio.
Si la vida se deja yo le meto mano y si no, aún me excita mi oficio.
Y como además sale gratis soñar y no creo en la reencarnación
con un poco de imaginación partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas, a probarme otros nombres,
a colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré” […]


Y es que, como ya he comentado anteriormente, don Carnal es un gordinflón exigente que nos pide la máxima implicación y compromiso pero que también sabe recompensarnos. Por los vericuetos de la algarabía y el exceso uno consigue deshacerse de sí mismo por unas noches y convertirse en los personajes más inverosímiles y extravagantes. Todo vale porque no hay más límites que los del respeto al prójimo y no hay más obligación que la de divertirse. Finalmente, no hay mayor gozo que el de sentirse un loco aullándole a la luna de febrero entre fachadas de piedra y calles de adoquines.

Esto es Carnaval. Quien lo probó lo sabe.

Publicado en el anuario "Pregonero de Carnaval". Úbeda 2010.