No te vayas, león alado

sábado, 31 de octubre de 2009

"La gravedad", de Vetusta Morla



Desprotegido, amedrentado, el león alado.
Su rugido apagado.
Su vuelo abatido.
Su fuego sofocado.


“Juez y ley de esta tierra ha sido.”
“Tras de sí dejó un rastro de laurel.”
“Poderoso ángel comprensivo.”
“Padre, hermano y amigo fiel”.
Estas serán las citas que,
en manera de epitafios,
se labrarán en el mármol
como recuerdo de él.



Tiene el vientre sesgado, abierto.
Y no quiero.
No quiero que su grandeza de otro tiempo
sirva de banquete truculento para aquellos
que se nutren de la sangre y de la carne,
de la ignorancia y del miedo.

Pero ahora, agonizante, perforado
por el dolor de su carne golpeada,
ni siquiera tiene un leve recuerdo de quién fue.
Ni le importa ser tan grande,
ni admirable,
ni haber dado tanto.
Es su hora más cruel.
Rezad por él:


“Por cada uno de ellos que cae en esta tierra
mil huérfanos quedan.”